Nois i noies, iguals o diferents?
FEMENINO Y MASCULINO
El método de la reproducción sexual tuvo a lo largo de la evolución notables consecuencias, una de ellas es la diferenciación de funciones y papeles entre el macho y la hembra.
En la mayoría de animales, entre ellos los mamíferos, el macho produce pequeños y numerosos espermatozoides que deposita dentro de la hembra en un espacio de tiempo muy corto. Las hembras producen unos pocos huevos u óvulos, grandes, que no pueden malbaratar pues han requerido una gran inversión energética. La hembra acoge al embrión en su abdomen durante una larga gestación de varios meses, nueve para los humanos, durante los cuales precisa mayor alimentación y aporte energético, con lo cual se hace más pesada y lenta. Debe sacrificar algunos hábitos de movilidad, lo que prosigue tras el parto a lo largo de los primeros meses en que el amamantamiento sigue ocupando gran parte del tiempo de la madre, sin olvidar los riesgos y la energía consumidos en el parto. Mientras la hembra está tan ocupada con la cría, el macho puede seguir copulando con otras hembras en una amplia campaña de procreación. Sus necesidades energéticas son menores, de forma que unos pocos machos pueden fecundar a varias hembras.
Por la ley de la oferta y la demanda las hembras escogen al macho preferido, hay muchísimos espermatozoides y muy pocos óvulos. La hembra no puede correr riesgos, su capacidad reproductiva es limitada: unos pocos hijos a lo largo de toda la vida fértil con una gran inversión energética son un alto coste en el sacrificado esfuerzo por la cría. Mientras, el macho puede, sin gran esfuerzo, inseminar a muchas hembras, sin tener que asumir directamente el cuidado de las crías. Es, pues, comprensible que en la mayoría de los animales sea la hembra quien elija al macho que la inseminará, elección que hace en función de las ventajas que éste aporte para compensar, en parte, la inversión energética de la hembra. Entre las aves es habitual que la hembra elija al macho capaz de construir el mejor nido. En general las hembras eligen a los machos más fuertes y astutos que puedan garantizar recursos para ellas y las crías, a partir de la observación de sus cualidades o del éxito que tiene el macho vencedor en la pelea con otros machos. Durante millones de años se ha repetido esta forma de elección, así se depuraron los genes de manera que los animales actuales, entre ellos los humanos, descendemos de los machos más aptos y las hembras más listas para escoger pareja. Los genes que se han perpetuado son los que mejor garantizan el éxito reproductivo.
Esta diferenciación sexual ha tenido una influencia determinante en las conductas de hembra y macho, de mujer y varón. Desde los albores de la humanidad las mujeres amamantaban y cuidaban de las crías, lo que facilitaba su permanencia en el campamento base, dedicándose a la recolección de alimentos en un área cercana al campamento. Los varones tenían que aventurarse en los riesgos de las expediciones de caza. Además podía haber otras características físicas que consolidaran esta diferencia de roles, como por ejemplo la existencia de periodos menstruales en las mujeres fértiles, que puede ser un estímulo para el ataque de los predadores, la presencia de una mujer en el comando de caza podía constituir un riesgo añadido, mientras que si permanecía en el campamento todos estaban más seguros. Aun en la actualidad se ha documentado que los osos de los parques naturales de Estados Unidos atacan especialmente a mujeres en periodo de menstruación que se adentran en el bosque, los osos huelen la sangre.
Diamond estudió el aporte calórico y de proteínas conseguido por hombres y mujeres en las comunidades que aún sobreviven en la cultura paleolítica. Concluyendo que si consiguen nutrirse suficientemente es gracias a la contribución de las mujeres, pues los hombres cazadores aportan insuficientes piezas para alimentar a la tribu. Esta primera observación le llevó a preguntarse por qué el hombre primitivo no se dedica a la recolección de frutos y pequeños animales junto a las mujeres y niños en vez de perder el tiempo en la caza poco fructífera. La dedicación del hombre a la caza, a pesar del bajo rendimiento obtenido, se comprende al valorar la relevancia de la caza en el rol de los hombres como protectores. Al igual que otros mamíferos, los hombres patrullan su territorio para defenderlo de rivales y predadores que pueden poner en peligro a las mujeres y a las crías, al tiempo que exploran su espacio en busca de recursos o para evitar daños potenciales. Complementariamente a esta actividad defensiva y protectora practican la caza, que, además de procurarles algún alimento ocasional, les permite practicar las habilidades de lucha que otro día pueden precisar para defender a la tribu de los enemigos. Además, la caza exigía gran tenacidad. Conseguir un venado precisaba una persistente carrera que, como gusta explicar Francisco Mora, debió de contribuir a la perpetuación de algunos genes relacionados con el talante pertinaz y testarudo que caracteriza a muchos hombres. De todas formas, no es menos cierto que la tenacidad sería también una cualidad femenina, en tanto las mujeres persistían día a día en la recolección de frutos y raíces, como en la atención a las crías y a los ancianos que no salían de caza. El rol masculino de la caza es más valioso por la función protectora que supone que por los simples rendimientos nutritivos. Estas observaciones ayudan a comprender los orígenes ancestrales de los diversos roles masculino y femenino.
La distinta función sexual entre hembra y macho conlleva diferencias de conducta que van más allá de la estricta función procreativa. Femineidad y masculinidad surgen de las diferencias en la función reproductora. En la formación del cerebro las hormonas, distintas según el sexo, intervienen para diseñar peculiaridades propias que garanticen las funciones de cada uno. En este texto se usará el término hormona masculina u hormona femenina sin más precisiones técnicas, para simplificar la lectura.
Hay diferencias estructurales entre el cerebro de la mujer y el del hombre, diferencias que surgen cuando en el periodo embrionario la organización de las neuronas cerebrales se hace bajo el influjo hormonal. Si hay alteración de las hormonas se producen cambios en la organización cerebral y aparecen mujeres con tendencias masculinas u hombres con tendencias femeninas.
Las dos estructuras cerebrales que hoy se conocen con caracteres propios de hombre o de mujer son el cuerpo calloso y el hipotálamo.
El cuerpo calloso es el conjunto de fibras nerviosas que comunican los dos hemisferios cerebrales entre sí (véase capítulo 7). El cerebro trabaja como una globalidad indisociable, los dos hemisferios se influyen constantemente, transmitiendo la información entre uno y otro para conseguir un conocimiento de conjunto. Hay cierta especialización de cada uno de los hemisferios, así el hemisferio derecho tiene mayor capacidad para las emociones, la creatividad artística y musical, mientras que el hemisferio izquierdo tiene el protagonismo de la fluidez verbal y las capacidades analíticas. El cuerpo calloso interrelaciona las capacidades de cada hemisferio a fin de conseguir la más completa personalidad del individuo. Hay una cierta variabilidad entre mujeres y varones en lo que se refiere a las peculiaridades de los hemisferios cerebrales. Las mujeres, en general, tienen mayor facilidad y fluidez verbal, de forma que incluso se recuperan mejor cuando una lesión cerebral poco grave les afecta el lenguaje. La lateralización lingüística no es tan completa como en los varones, por ello tienen mayores recursos verbales, y son más eficaces en la mediación verbal frente a un conflicto o en la transmisión cultural a través del lenguaje. En cambio, los varones tienen mayor facilidad para la orientación y destreza visuoespacial. Probablemente estas afinidades contribuyeron, junto con otras, a que los varones desarrollaran actividades relacionadas con la exploración y la caza. Estas variaciones entre hembras y varones se modifican cuando se perturban las influencias hormonales en el periodo embrionario. Si la madre presenta una alteración hormonal puede provocar que el embrión desarrolle una estructura cerebral no acorde con su sexo genético (volveremos a tratar este tema en el siguiente apartado).
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Funciones distintas y complementarias entre cerebro izquierdo y cerebro derecho, que actúan de forma sincronizada mediante la conexión del cuerpo calloso. El esquema se refiere a las personas diestras. Entre los zurdos hay muchas variantes, desde la inversión completa a la inversión parcial.
HEMISFERIO CEREBRAL IZQUIERDO
• Comprensión y expresión del lenguaje con subáreas específicas para los nombres, la sintaxis, el reconocimiento de los conceptos, la comprensión simbólica de lectura, escritura y la articulación de las palabras. La comprensión y expresión del lenguaje implica dos áreas distintas que funcionan en íntima conexión.
• Capacidad analítica, elaboración de hipótesis, comprensión numérica y análisis lógico.
• Memoria musical para el análisis del ritmo.
HEMISFERIO CEREBRAL DERECHO
• Aprendizaje por ensayo-error.
• Evaluación de las interacciones personales.
• Comprensión de la melodía y de los contenidos emocionales del lenguaje, así como de la comunicación emocional por la mímica facial.
• Memoria visuoespacial, reconocimiento de espacios y figuras, capacidad para la síntesis.
• Conservación del esquema corporal.
En la mujer el cuerpo calloso está más desarrollado que en el varón y contiene algunos millones más de fibras. Esta diferencia estructural se produce como consecuencia del distinto influjo hormonal durante la formación del cerebro en el periodo embrionario, de acuerdo con las distintas secuencias del desarrollo de la diferenciación sexual, tal como se expone en el siguiente apartado. La existencia de un cuerpo calloso mayor en la mujer se ha relacionado con la mejor capacidad femenina para la intuición, que sería la cualidad que favorece una mayor integración entre percepción e información, generalmente no consciente, que permite establecer juicios y decisiones acertados sin tanta necesidad de reflexión razonada como precisan los varones. Es frecuente que las mujeres establezcan relaciones de simpatía o antipatía con otras personas basándose en una sensación difusa y poco argumentada, que las orienta para construirse rápidamente una opinión, mientras que el varón necesita un mayor esfuerzo de análisis y razonamiento. Hay otra cualidad femenina que puede estar en relación con esta diferente estructura cerebral que es la capacidad de mediación. Ya entre algunos simios (como los chimpancés y los bonobos) la hembra tiene mayor capacidad de mediación que el macho. En los humanos esta cualidad es aún mayor. La mujer está más dispuesta a encontrar soluciones a los conflictos, a limar asperezas en los enfren-tamientos familiares y a mediar entre oponentes. Esta cualidad puede estar en relación también con roles ancestrales, ya que las mujeres garantizaban la supervivencia de la banda de homínidos en el campamento base, mientras los varones se ausentaban en expediciones de exploración, defensa del territorio y caza. La convivencia en el campamento base con otras mujeres, las crías y los viejos o enfermos consolidó la capacidad de cohesión que aún hoy tienen las mujeres dentro de las familias. Obsérvese que el rol femenino de mediación quedó incluso recogido en la mayoría de los cultos sagrados y religiones, en los que al lado de un Dios omnipotente y justiciero aparece un personaje femenino con cualidades de intercesión y mediación.
La otra estructura cerebral que presenta peculiaridades diversas según el género es el hipotálamo, estructura nerviosa que se halla en la base del cerebro (véase capítulo 7), y que tiene la función de regular los mecanismos hormonales, así como el equilibrio del sistema nervioso autónomo o vegetativo. Éste ordena el funcionamiento de las visceras que forman los sistemas o aparatos que regulan las actividades básicas para la vida: respiración, circulación, digestión, sexualidad, etcétera. Es fácil comprender que haya diferencias en la estructura hipotalámica entre hembras y varones, ya que los influjos hormonales que dependen de ella son distintos. También en este caso las diferencias estructurales se derivan de la influencia que tuvieron tanto el diseño genético como las hormonas maternas en el periodo embrionario.
Los comportamientos agresivos constituyen un buen ejemplo de las relaciones entre influencias hormonales, personalidad y conducta. Entre los mamíferos, las hembras, por lo general, orientan su comportamiento agresivo hacia la defensa de la prole, en especial cuando las crías son muy jóvenes. Los cambios hormonales que se suceden tras el parto favorecen la aparición de conductas maternales de atención a las crías a la vez que conductas agresivas hacia quienes pueden representar un peligro para ellas. Esta conducta está a su vez influida por la estimulación que producen las crías lactantes al succionar el pecho materno, de forma que mientras se mantiene la succión se estimula una hormona que influye en el cerebro de la madre para que esté más vigilante y agresiva frente a posibles adversarios. Cuando termina la lactancia menguan los comportamientos agresivos. En este caso hay una estrecha vinculación entre necesidades de las crías, estímulo hormonal y comportamiento agresivo-protector. El influjo hormonal está a su vez estimulado por el amamantamiento. En el futuro se conocerán mejor las influencias cerebrales de los cambios hormonales que acontecen durante y después del parto, lo que permitirá comprender mejor algunos fenómenos, específicamente femeninos, como es la depresión tras el parto.
En los mamíferos machos el comportamiento agresivo es más general, y va dirigido a la defensa-conquista de territorio, de recursos y de derechos sexuales, aunque en ocasiones los comportamientos agresivos no tienen objetivos fáciles de comprender, por lo que puede aceptarse que hay una cierta inespe-cificidad en la agresividad masculina. Desde hace mucho tiempo se conoce que esta agresividad está en relación con los niveles de hormona masculina. El aparato testicular produce la hormona masculina de forma diversa según la etapa de la vida, tras niveles bajos durante la infancia se produce un gran aumento a partir de la pubertad que se mantiene hasta la entrada en la vejez. Las conductas agresivas son más intensas en aquel periodo de la vida, la agresividad va ligada a la fertilidad sexual, lo que induce a pensar que es una característica vinculada a las garantías de procreación que precisa el macho para conseguir perpetuar sus genes. El macho, si sabe manejar bien su agresividad, puede atesorar recursos y ser más convincente para conseguir la hembra apropiada, a quien podrá colmar de atenciones y sustraerla del mercado sexual, con lo que se garantiza la perpetuación de sus propios genes. Entre algunos primates no humanos, cuando el macho se aparea con una hembra que ya tiene crías pequeñas puede matarlas, evitando así que la madre comparta atenciones que desea para las crías que engendrará él, la muerte de las crías interrumpe la lactancia con lo que la hembra vuelve a ovular y a entrar en celo, de manera que el macho puede disfrutarla y fecundarla para obtener sus propios hijos. La hembra también quiere proteger sus crías y cuando inicia una nueva relación estando ya encinta de un compañero anterior, disimula su gestación hasta que el nuevo compañero piense que es el padre de la nueva cría. La hembra, que es quien elige pareja, no precisa tanto de la agresividad, ya que la certeza de la maternidad es absolutamente fiable, no así la posible paternidad. No se trata, por supuesto de decisiones conscientes o intencionales, sino de impulsos innatos que contribuyen a la preservación y perpetuación de determinados genes.
Las relaciones entre hormona masculina y conducta agresiva son conocidas desde hace miles de años. Así fue como se extendió la costumbre de castrar a toros y caballos para conseguir animales que con igual robustez fueran mucho más dóciles y útiles como fuerza de trabajo.
La división de funciones entre hombre y mujer, exploración, defensa del territorio y caza para el primero, y garantía de continuidad y mediación para la mujer puede parecer excesivamente esquemática para una sociedad moderna. Debe considerarse que llevamos muchos millones de años de evolución, en los que las generaciones presentes ocupamos un ínfimo espacio de tiempo. Durante millones de años se ha moldeado nuestro cerebro y las diferencias necesarias entre los dos géneros, a fin de tener la mejor eficacia reproductiva. Hoy pensamos y sentimos con las mismas estructuras nerviosas que nuestros ancestros, lo que a menudo puede entrar en colisión con las expectativas y necesidades de las personas o de la economía moderna.
Hace unos diez mil años, en determinadas áreas del planeta, los humanos descubrieron las ventajas de la agricultura frente a la búsqueda de alimentos silvestres. Este gran cambio, que conocemos como la revolución neolítica, introdujo también modificaciones en las funciones según el género, ya que con la agricultura aparecieron los asentamientos estables, la propiedad, la economía y nuevas relaciones sociales. La mayor vinculación de la mujer con actividades sedentarias contribuyó a la formación de relaciones de sometimiento con respecto al hombre, en tanto que éste gozaba de mayor libertad de movimiento. Los nuevos cambios que el neolítico introduce en las relaciones hombre- mujer responden a una realidad social nueva, pero son posibles en tanto que extrapolan las tendencias naturales que ya existían y que tienen relación con la estructura cerebral y las hormonas.
Con la modernidad, el desarrollo económico modifica sus-tancialmente la función femenina. Han sido decisivos los descubrimientos que inciden en el control hormonal de la mujer como por ejemplo la introducción de métodos contraceptivos eficaces a partir de los años sesenta. La modificación de los aspectos que tienen relación directa con la función procreadora de la mujer y el varón, es lo que abrirá el nuevo camino para las relaciones de igualdad entre los dos géneros, lo que puede significar un cambio estructural en la gestación y en la función maternal de la mujer.
El futuro puede deparar grandes sorpresas, a partir de la paridad económica entre mujer y varón. Adolf Tobeña es audaz en su discurso:
«De los dos protagonistas del sexo cromosómico hay uno que es más determinante para el buen funcionamiento del seso. Naturalmente se trata del cromosoma X (femenino). No podía ser de otra forma, pues es bien conocido que la combinación XX, que produce hembras, genera individuos con unas habilidades adaptativas espléndidas, mientras que la combinación XY, que hace a los machos, genera unos organismos con una gran capacidad para causar problemas (a ellos mismos y al conjunto de la sociedad). Y debe recordarse que la capacidad de adaptación a circunstancias exigentes es una excelente medida para la inteligencia. […] Los datos genéticos sobre el retraso mental son el criterio para establecer esta distinción tan radical. Hay muchas enfermedades que producen retrasos mentales severos dependiendo de una alteración localizada en el cromosoma X. Se han descrito más de 150 de estos trastornos. Actualmente el número de genes que contiene este cromosoma, correlacionados con distorsiones cognitivas, superan ampliamente lo que cabría esperar si la distribución de los “genes de la inteligencia”, en la mezcla de la recombinación inicial, se repartiera estrictamente al azar entre los 23 pares de cromosomas humanos. Parece, por tanto, que el cromosoma X (femenino) tiene una especial predilección para contener genes con instrucciones cruciales para la organización de las redes murales que hacen posible andar por la vida con una cabeza bien amueblada.»
Veremos qué ocurre en el futuro, pero es razonable pensar que estamos en las últimas etapas de las funciones «naturales» de mujer y varón. Los cambios en el sistema productivo y las futuras transformaciones en la procreación introducirán formas de vida muy distintas a la que ha perdurado durante milenios, las funciones femenina y masculina pueden modificarse de manera radical.
Nolasc Acarín El cerebro del rey